lunes, 14 de enero de 2013
lunes, 20 de febrero de 2012
Sherlock o cómo analizar desconocidos en el metro
Se trata de la serie de televisión Sherlock, de la BBC. Una serie genuina y absorbente, de las que consiguen crear un personaje y un submundo verosímil hasta el punto de estar convencido de su existencia en algún (drenado) rinconcito de tu cerebro. Como en el caso de House y Hugh Laurie, en el que se dió a luz un personaje tan carismático que cientos de adolescentes pubertas lo incluímos en nuestros respectivos altares de posters de la Bravo restringidos hasta entonces a treintañeros pelopincho. De hecho me recuerda bastante la relación entre Sherlock y Watson a House y Wilson: el amigo rebelde sin causa necesita de un amigo sensato que le pare. Supongo que este recurso tan clásico surgió en su momento para demostrar la fútil teoría de la existencia de la amistad entre hombres. Yo también tenía serías dudas de que existiera durante mis tiempos de jugar al béisbol en el recreo (en los que se humillaban sin piedad para impresionar a la primera niña hiperdesarrollada que se cruzaba).
El actor, ¡qué actor! Tiene que ser complicada la elección de una cara que concuerde con una personalidad (quedó demostrado con Catelyn de JDT, malditos) y por ello elogiable cuando se consigue. No sólo hablo de protagonista, sino de acompañante y secundarios. Vale que tienen mérito las actuaciones, que sí, pero el físico es determinante para que te creas un personaje. Por muy bien que actúe, si me pones a Daniel Radcliffe como un abogado separado temiendo por su vida con esa cara de mago superpoderoso que tiene pues no me lo creo.
Y que exige cierta soltura atando cabos. Tras fugaces deducciones sobre la lista de la compra de un cadáver, reconozco haberle dado marcha atrás para poder leer una palabra que ha permanecido una milésima de segundo en pantalla. Pero esa atropellada sucesión de ideas es lo que precisamente crea una empatía absoluta con el personaje, quien parece transmitirte esa rapidez mental que le caracteriza. Esto puede provocar, como advertía, la puesta en práctica en el autobús o el metro buscando pelos blancos en los bajos de los pantalones y pensando: "¡Un westy!". Los que pertenezcáis a la secta Whatssap no sabréis de lo que hablo, claro. Bueno, allá vosotros y vuestras cervicales.
viernes, 10 de febrero de 2012
Los intocables
España es un país de libertades y en mi opinión, sumamente revolucionario. No tenemos reparo en criticar a políticos ni en tacharlos sin excepción de inútiles y de corruptos, como tampoco tenemos reparo en tomar la calle, improvisar una microcivilización y quejarnos permanentemente de nuestro sistema judicial y de la ley electoral. Culpamos a los bancos, desconfiamos de los grandes empresarios y nos sentimos recelosos cuando el vecino de al lado se ofrece a tirarnos la basura todos los días. Nos resignamos a pensar que todo el mundo actúa velando por su interés y llevándose por delante lo que haga falta, sin miramientos. Que nadie se mueve por puro altruísmo...
Excepto los curas y los deportistas. Bueno, por suerte los curas cada vez menos, porque se les empieza a ver como trabajadores normales y corrientes, endeudados, ambiciosos y sexuados, en lugar de seres humanos semidivinos con necesidades ultraterrenales.
Pero los deportistas, esos sí que son intocables. Los únicos millonarios que no provocan envidia insana. Los que merecen esa renta desorbitada por demostrar su habilidad y destreza física. Los ídolos de cualquier padre e hijo. Los máximos representantes de nuestro país por encima de políticos, un país con una gran cultura del deporte y absolutamente nada sedentario (...).
Por supuesto, esto viene a raíz del venazo patriótico despertado por la sanción a Contador por dopaje. Miles de eventos circulando por las redes sociales instando al pueblo a quejarse ante La Moncloa, ante el rey, ante Francia y ante La Haya si es necesario en defensa de la inocencia del ciclista. Sí, ha sido sancionado por un comité internacional pero él ha declarado que es inocente. ¡ÉL LO HA DICHO! Eso lo cambia todo, el proceso judicial queda automáticamente anulado porque sus palabras son sinceras, está al borde del llanto, su cara es de buena gente.... ¿Cómo va a ser culpable si es un deportista español? Es obvio que alguien contaminó su comida a propósito, le drogó mientras dormía o estratégicamente colocó un supositorio en el sillín. Qué digo alguien, probablemente un francés motivado por la envidia y la animadversión histórica que nos tienen desde la Guerra de la Independencia.
Después de tanto sarcasmo cansino, expongo mi opinión: no pongo la mano en el fuego porque Contador se haya dopado, pero me parece más probable que haya sido así que hablar de un complot contra el deporte español.
Seamos realistas, Contador es un deportista de élite, muy presionado tanto física como psicológicamente, y en concreto es un ciclista, cuyas etapas maratonianas no las aguanta ni Forrest Gump. Se está jugando mucho prestigio y dinero, y si ya se sabe lo que pasa con los políticos y los empresarios en estos casos, ¿qué nos hace pensar que los deportistas sean más éticos? Pudo haberse visto tentado a recibir algún "apoyo" y le fallaron los cálculos a la hora de expulsarlo del cuerpo. Pasa en los gimnasios con culturistas de tres al cuarto, no te digo con grandes deportistas.
En fin, que no seamos tan malpensados con unos y tan crédulos con otros, que en todas partes hay excepciones.
domingo, 29 de enero de 2012
"Elling" y lo inculta que soy
...para hablar de la obra de teatro que ví ayer. Se llama Elling y en ella actúan los actores Javier Gutiérrez y Carmelo Gómez, junto a algún otro, para su desgracia, eclipsado, y un pianista muy mañoso.
En mi opinión, quedan muchos cabos sueltos porque hay demasiados cabos que atar, demasiadas ideas lanzadas al aire, matices, lecturas de la historia. De hecho, creo que las asociaciones de teatro lo hacen a conciencia. Escogen la trama complicada hasta límites insospechados, la trama que adorna cual artista barroco obsesionado con la apariencia lo que en el fondo es una historia simple, llana y vulgar, como todas las historias de esta vida.
En las obras recién estrenadas y de actores cotizados (debo reconocer que mi muestra experimental es de 3 obras), noto que, como pasa con los Best-seller en la literatura, hacen exagerado alarde del plano intelectual, con contínuas alusiones a pensadores y a sus ornamentadas reflexiones propias de siglos pasados en los que no existía Twitter. No, no me gusta esa pretensión del teatro moderno por parecer más de lo que es, más exquisito, más selecto, más sobrio, más restringido.
Quizá el problema sea mío por no ser lo suficientemente culta para entender todos los guiños de la historia. Pero sigo pensando que las artes de este siglo sobrevaloran la forma en un intento de darse aires de grandeza. Esos escritores, por ejemplo, que comienzan sus libros con frases llenas de palabras del castellano en desuso, cuando a veces, un simple refrán, tan popular y ordinario, dice más y en menos tiempo.