jueves, 27 de mayo de 2010

La sombra del viento, o historia de una estilográfica

He leído por primera vez La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón. Aquí dejo mi valoración personal (intentando ser lo menos spoilérica posible -los que la habéis leído; donde en apariencia dejo un hueco, tenéis un spoiler en toda regla-)

Si hubiese que ponerle una banda sonora a esta novela (la que compuso Zafón es bastante flojita a excepción de la primera canción) sería Le Matin, de Yann Tiersen, que creo ilustra perfectamente su atmósfera monocromática.

La novela se ambienta en la Barcelona de los años 20 y 30. Una ciudad plagada de edificios del siglo 14 al Modernismo, bañada por el esplendor de la música y el trajín de los edificios industriales. Una historia evocadora y emotiva cuyos protagonistas son una ciudad, una guerra, la literatura y la fatalidad amorosa. La iconografía cinemátográfica tan característica de la novela, a imagen y semejanza del Londres victoriano de Dickens, crea un escenario virtual, una fantasmagoría urbana que le permite sostener el melodrama y los extremos que emplea para construir personajes e intrigas. Como ejemplo, los emplazamientos tienen connotaciones de eficacia dramática: las viejas estaciones de ferrocarril que se presentan como vehículos de huida a otra vida lejos del dolor que transpira la ciudad, o el castillo de Monjuïc, otro tipo de vehículo que no ofrece regreso alguno.

Es una auténtica tragedia clásica que cuenta con el componente lacrimógeno como cebo para el lector. Es un libro que busca gustar a una masa generalizada: a quien desconozca la ciudad, por la atmósfera construida en torno a sus calles y avenidas; a quien no haya vivido la guerra civil, ofreciendo un ligero punto de vista histórico que ayude a comprender la actitud angustiosa y desesperanzadora de algunos personajes, como el padre de Daniel; y a quien conozca ambos espacios, permitiéndole involucrarse más si cabe en el clima neogótico zafoniense.

Por esta razón, me falta profundizar en el carácter histórico de la novela: ofrece un tratamiento superficial argumentando que la guerra en las calles se vivió muy distante, con algún tiroteo que otro a media noche y una sensación extendida de que la vida transcurría con casi-absoluta normalidad. El escritor apunta que, tras la guerra, reinará un clima de vergüenza y cobardía, pues el miedo fruto de las miserias vistas obliga al silencio y a girar la vista hacia el Mediterráneo. También es cierto que cuenta historias personales que solo necesitan cierto tinte contextual, ya que para un hombre que descubre que lleva 17 años amando a un cadáver que perece junto al hijo de ambos, poco importan las estrategias militares de la Guerra Civil.

La trama, a mi parecer, esta muy bien estructurada y organizada, con sus saltos temporales que entretejen la historia huyendo de la previsibilidad e incrementando el suspense de la obra. Sin embargo, ofrece demasiada facilidad en la tarea de hilado al explicar, en el desenlace del libro, la verdad absoluta en primera persona y de forma ordenada y muy detallada, sin potenciar especialmente la habilidad reconstructiva del lector.

La fluidez de la prosa amena y sencilla (aunque poética) en la línea de sus anteriores novelas juveniles no simplifica la historia, sino que aporta una visión de ingenuidad que a manos de un protagonista inexperto resulta absolutamente verosímil y nos invita a crecer con él y a integrarnos por completo en aquella lánguida Barcelona de los 30.

En cuanto a los personajes, salvo Fermín, cuya personalidad se distingue muy caricaturizada y definida, se encuentran en general simplificados y excesivamente abducidos por sus actos. Destaca especialmente el protagonista, quien debería acaparar la décima parte de la atención que acapara Julián Carax, del que se narran vida y milagros. También es cierto que Daniel pretende encontrar información sobre la vida del escritor, por lo que es medianamente lógico que este aparezca en un primer plano durante las 600 páginas; pero la historia del primero se reduce a la superación de la cobardía frente a una segunda historia de amor puro e idílico en la que se interpone la muerte.

Resumiendo, se trata de una buena novela orientada a lectores de todo tipo, especialmente a los que no tienen impedimento en gastar su suministro de clineex. Personalmente me quedo con la intencionalidad del lector de reflejar que la interpretación de la lectura viene dada por la experiencia literaria del lector y sus propias convicciones; es decir, que el libro es un espejo (cóncavo, diría yo) y que sólo podemos encontrar en él lo que ya llevamos dentro.

Ahora toca El juego del ángel.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Se ruega canalizar la aversión hacia mi persona sin recurrir a la extremista economía lingüística del msn, al estilo montaña rusa quinceañero o a la jerga "hoygan" (en este último caso será inmediatamente investigada la IP del visitante para obsequiarle con un diccionario de bolsillo)

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.