lunes, 20 de febrero de 2012

Sherlock o cómo analizar desconocidos en el metro

Después de un fin de semana asocial en el que poner en cola de reproducción todas las descargas pospuestas durante un mes de exámenes, traigo un gran descubrimiento:

Se trata de la serie de televisión Sherlock, de la BBC. Una serie genuina y absorbente, de las que consiguen crear un personaje y un submundo verosímil hasta el punto de estar convencido de su existencia en algún (drenado) rinconcito de tu cerebro. Como en el caso de House y Hugh Laurie, en el que se dió a luz un personaje tan carismático que cientos de adolescentes pubertas lo incluímos en nuestros respectivos altares de posters de la Bravo restringidos hasta entonces a treintañeros pelopincho. De hecho me recuerda bastante la relación entre Sherlock y Watson a House y Wilson: el amigo rebelde sin causa necesita de un amigo sensato que le pare. Supongo que este recurso tan clásico surgió en su momento para demostrar la fútil teoría de la existencia de la amistad entre hombres. Yo también tenía serías dudas de que existiera durante mis tiempos de jugar al béisbol en el recreo (en los que se humillaban sin piedad para impresionar a la primera niña hiperdesarrollada que se cruzaba).

El actor, ¡qué actor! Tiene que ser complicada la elección de una cara que concuerde con una personalidad (quedó demostrado con Catelyn de JDT, malditos) y por ello elogiable cuando se consigue. No sólo hablo de protagonista, sino de acompañante y secundarios. Vale que tienen mérito las actuaciones, que sí, pero el físico es determinante para que te creas un personaje. Por muy bien que actúe, si me pones a Daniel Radcliffe como un abogado separado temiendo por su vida con esa cara de mago superpoderoso que tiene pues no me lo creo.

Sumado todo ello a los diálogos, los efectos especiales, la fotografía y la edición, el resultado es una serie que evoca una atmósfera londinense atemporal, en la que ingeniosamente se introducen todos los elementos característicos de la obra original, aderezados por una estética contemporánea que se agradece ante la saturación de lo vintage, y una trama que desafía al espectador (cada vez que dices "ajá", giro inesperado).

Y que exige cierta soltura atando cabos. Tras fugaces deducciones sobre la lista de la compra de un cadáver, reconozco haberle dado marcha atrás para poder leer una palabra que ha permanecido una milésima de segundo en pantalla. Pero esa atropellada sucesión de ideas es lo que precisamente crea una empatía absoluta con el personaje, quien parece transmitirte esa rapidez mental que le caracteriza. Esto puede provocar, como advertía, la puesta en práctica en el autobús o el metro buscando pelos blancos en los bajos de los pantalones y pensando: "¡Un westy!". Los que pertenezcáis a la secta Whatssap no sabréis de lo que hablo, claro. Bueno, allá vosotros y vuestras cervicales.

1 comentario:

  1. ¿Lo has visto en versión original? Si puedes no lo dudes, con la voz tiene aún si que cabe más personalidad esta mejorada versión de Holmes para el siglo XXI.

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Se ruega canalizar la aversión hacia mi persona sin recurrir a la extremista economía lingüística del msn, al estilo montaña rusa quinceañero o a la jerga "hoygan" (en este último caso será inmediatamente investigada la IP del visitante para obsequiarle con un diccionario de bolsillo)

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